Por Miguel Martín/Minería y Desarrollo
Los departamentos turísticos de San Juan ¿podrán recuperar esa identidad que construyeron en décadas después de que, en casi todos ellos, con una actitud mezquina, irracional, se manifestaran en contra del turismo interno?
¿Justifica la pandemia, el pánico y el miedo a “ver un turista”, bloqueos de rutas, amenazas a sus propios vecinos y prestadores? Tirar por la borda lo que les llevó décadas construir en el concepto de “hospitalidad”.
Probablemente la respuesta a todas esas preguntas no se conozca en breve, pero habrá un costo y seguro consecuencias que no se sabe hasta donde podrán llegar.
Según el diccionario la “Hospitalidad” es un nombre femenino y refiere a la “amabilidad y atención con que una persona recibe y acoge a los visitantes o extranjeros en su casa o en su tierra”.
En turismo, se trata de un concepto tan esencial que es imposible diseñar un desarrollo de una zona con condiciones naturales para atraer visitantes, sin concebir ese compromiso de la comunidad.
Es decirle a la gente, serás bienvenido, quiero que disfrutes tu estadía, te valoramos, queremos que regreses o, nosotros te haremos sentir mejor que en tu casa.
Por más que lo minimicen, el concepto de hospitalidad lo perdieron todos los departamentos turísticos de San Juan.
Es la primera baja que experimento el turismo sanjuanino en esta pandemia. Es la consecuencia de las protestas de pobladores en Calingasta, Valle Fértil, Iglesia y Jáchal para que no haya turistas o visitas de ningún lado.
Las primeras protestas de vecinos en Calingasta asustaron a sus históricos turistas y provocó una histórica cancelación de reservas en la mayoría de los establecimientos que pueden albergar a 1300 visitantes.
Nadie se anima a ir a un lugar donde no te quieren ver, o pueden hacerte una protesta para que te vayas si te animas a ir a un supermercado, o a andar en caballo por un sendero.
La situación se repitió en Valle Fértil, mientras que, en Iglesia y Jáchal, sus autoridades apelaron a bloqueos de ruta y exigencias de test o hisopados hasta para sus proveedores con la excusa de “cuidar su estatus sanitario”.
Una vuelta de tuerca al viejo pensamiento de podemos vivir con lo nuestro -que tantas veces ha fracasado en forma reiterada en todo el mundo- y que no resiste el sentido común: Basta que a un calingastino o un vallisto le duela la cabeza o se lastime un dedo, para que se vea obligado a comprar una aspirina o una curita en una farmacia. Nada que nazca de una maceta o de rezos a la Pachamama.
Lo increíble de todo es que lo que provocó esta situación, los contagios de coronavirus, es lo que esta ayudando a superar esta grieta de odios y amenazas.
Ahora que en casi todos los departamentos hay enfermos autóctonos, parece ser que ya no sería tan malo permitir el ingreso de turistas, proveedores y en especial ambulancias y equipos de salud para que ayuden a esa población por si se enferman.
En el fondo, miserias muy locales que nos representan, mientras la Argentina acaba de levantar todas las barreras sanitarias para que llegue el turismo extranjero.